Tranquila
agitaba su abanico imaginario y sus ojos
chiquitos parpadeaban siguiendo el compás. Tiraba aires de otros tiempos y otros
lugares, tan amados, tan lejanos. Estaba construído con recuerdos felices, de
esos que se atesoran como fotos en el mejor portarretratos.
Dalila
tenía la mirada pícara y se abanicaba con una sonrisa de par en par, como si
alguien le estuviera contando algo muy gracioso.
Hoy
es un día espléndido para caminar por las calles de Madrid, en unos minutos
vendrán mis amigas y si ninguna tiene un plan mejor, les propondré ir a la
confitería “El Inmortal” la que está en la esquina.
Hoy
tiene un buen día, se la ve contenta y relajada, pero ayer no sabe lo que
fue…no quería levantarse de la cama, ni hacer sus ejercicios, ni que hablar de
peinarla. Pero quedese tranquila, ya sabemos cómo es esto, seguro cuando vuelva
de trabajar, va a ver lo linda y contenta que está.
Yo
no sé porque tardan tanto, si no fueran mis amigas de toda la vida, me
enojaría, pero ¡qué me voy a enojar! si son tan buenas, aparte tenemos muchas
anécdotas de cuando íbamos juntas al normal.
Dalila deja de abanicarse y como si fuera una
actriz a la que le cambian la obra, empieza a pensar en voz alta en la venta de
aquel terrenito. Pero no se preocupe señora, todo saldrá bien, no hay nada que
temer, los de la inmobiliaria fueron amigos íntimos de sus padres, ya va a ver
como en un tiempo estaremos tomando mate, en el patio de esa casa de Castelar, a
la que Ud siempre le puso el ojo.
Hablando
de tomar mate querida, ¿Porque no lo preparás? Y de paso cuando vayas para la
cocina traeme el chalcito azul, no el rojo que me llena de pelusa.
Me
invade una ternura… se preocupa por esos terrenos del diablo que hace más de 40
años malvendió, menos mal que me quiere mucho, hay días en los que me confunde
con su sobrina y aunque en un principio las cosas no fueron nada fáciles, hoy
por hoy la adoro. Prende la hornalla y pone la pava. Dalila vuelve a abanicarse
y su mirada se enciende como si fuera una niña a la que llevan de paseo. Quién
sabe por qué lugares andará su corazón despreocupado, quizás por el Madrid que
conoció cuando no era más que una niña o por algún lugar de veraneo, su sonrisa
radiante señala que es feliz y eso es lo que importa. Mientras no esté
preocupada o triste, por mí, que su cabeza la lleve adónde sea. Yo me quedo
fascinada escuchándola contar sus recuerdos de cuando era maestra, sabe tanto
de historia que es asombroso. Recuerda fechas a la perfección, que paradoja. Su
voz me transporta a otras épocas, gracias a ella sé detalles de la vida
cotidiana de otros años, que no encontraré en ningún libro. Mientras tanto, yo
aprendo y la cuido a la vez. Para ser sincera, nos cuidamos mutuamente, ella es
tan amable y dulce, que jamás en ningún trabajo me habían tratado así. Y a su
vez, yo soy su ángel de la guarda, como suele llamarme. Para mí es siempre la
señora, y en ese universo que construímos, cada una ocupa su rol, yo sé tanto
de su vida, que puedo seguirle la corriente y tranquilizarla cuando lo
necesita, así como ponerme firme sin disgustarla demasiado.
Que
suerte que viniste, te esperaba más temprano para dar una vuelta por ahí. Pero
bueno, lo importante es que estás acá. No sabés lo contenta que me pone tu
visita. Hoy es un día especial, también vino mi sobrina de Córdoba, anda por
ahí preparando el mate. ¿Así que tenés un secreto?, acercate que yo no se lo
cuento a nadie, hagámos como cuando éramos chicas y nos contábamos cosas al
oído y nos reíamos de todo, de puro pavas que éramos ¿verdad que es lindo recordar?
Cristina Pradera