domingo, 27 de septiembre de 2015

Expreso

Me tiene dando vueltas entre sus dedos. Yo estoy dispuesta a empezar, cuando él lo desee. Ese universo cálido y resbaladizo de palabras no dichas, pronto estallará. Desordenada, anacrónica e impulsivamente, pero empezará.
Por más que se esfuerse en ocultar ese sentimiento tan extraño y apabullante; yo lo sé: está desesperado.
El reloj marca las 6 y como adolescentes que salen del colegio, la gente de las oficinas se escapa rápido a empezar la verdadera vida. Martín se esconde detrás de la computadora, mirando por enésima vez la planilla de costos, que no le interesa en lo más mínimo. Puesta en escena de un acto que está por venir, que le dará sentido a todo su día.
Flavia sale apurada, cuchicheando con sus compañeras de área. Y es esa salida fugaz, la que activa en Martín, la escritura rápida, compulsiva.
Ahí, deja de darme vueltas. Me toma con su mano izquierda y empiezo a funcionar.
Brotan como mechones de agua fresca las palabras enamoradas. Se detiene, piensa unos segundos y sigue, quizás la última frase fue demasiado, dice para sí y un tachón, al que le sigue instantáneamente la muerte de la carta convertida en bollo, marcan un nuevo comienzo.
Son las 6:05 y yo vuelvo a bailar en ese escenario de papel. Dibujo un elogio, me muevo al son de una frase graciosa y escupo una dirección: Arenales 2520.
El pulso de mi dueño vibra largando un TE AMO, que dudó un poco al dejar salir.
¿Sentiría lo mismo si fuera su novio? ¿Cómo sería esta historia, si no tuviera el sabor de lo prohibido?
¿Cómo serían nuestros encuentros, si estuvieran  tamizados por lo cotidiano?- Piensa Martín.
El universo cálido y resbaladizo de palabras no dichas, se contiene esta vez. No necesita saber las respuestas.
Mara, su cómplice, se acerca y él le da la carta que llegará derechito y sin escalas a las manos de Flavia.

En un sólo movimiento, él apaga la computadora, me cierra como a las ventanas cuando llega la noche. Y se va con la sonrisa pícara de las 6:10, dibujada en su rostro, sabiendo que sólo falta una hora, para que la calle Arenales deje de ser sólo una calle, para convertirse en ese lugar mágico; donde Flavia, lo estará esperando con la misma felicidad que  él.

viernes, 18 de septiembre de 2015

FLORA
La casa respira tranquila en la nocturnidad del día lunes. Los cuerpos de los moradores yacen acurrucados bajo una frazada azul. Del otro lado de la ventana, el barrio regala una postal distinta a la diurna. Un par de vagabundos improvisa una cama con un colchón sucio y delgado, una pareja de adolescentes calma sus ansiedades más urgentes en el rincón más oscuro de la cuadra. Las estrellas cubren con su manto luminoso los sueños y las preocupaciones de todos.
Al cabo de unas horas, él se levanta. Salta de la cama, se lava la cara, se viste rápidamente y  a los pocos minutos escucho sus pasos descender por la escalera. Ella balbucea algo indescifrable y continúa durmiendo. Pero yo lo observo parada cerca de él, día tras día miro cumplir su rutina y ya no puedo volver a echarme una vez que se ha ido.
Deseo yo también atravesar la puerta. Subir sigilosa los escalones que separan mi territorio, de la terraza. Y una vez ahí sí, sí. Sentir como la suave brisa de la madrugada golpea mi cuerpo. Me siento viva en esos momentos. Salto a la cornisa y si pudiera sonreír, verían en mí la sonrisa más radiante. Pero no. Sigo en la habitación a oscuras, ella duerme, y al parecer, falta mucho para que se levante. Algo tengo que hacer. Maúllo fuertemente, al tiempo que rasco la alfombra de la puerta de entrada. El lugar es chico y  el sonido lo envuelve todo. Ella se despierta al instante y se levanta. Me dice unas palabras poco cariñosas y abre la puerta del balcón. Pero yo sigo inmutable, grito miauuu mirando el picaporte de la puerta de entrada. No es lo mismo. El pequeño balcón sólo puede proporcionarme el entretenimiento de mirar para abajo, y ver los autos que pasan como flecha rumbo al centro.
Pero no puedo estirarme, ni captar la belleza que sólo puede verse en la altura.
Ella viene hacia mí con paso cansado y me toma entre sus brazos. Me lleva a la cama y me acuesta. Me habla en tono de súplica. Y me acaricia de modo tal que, aunque no era mi plan, empiezo a ronronear.
El sonido estridente de la alarma, hace que ella se levante rápido, como siempre.
Yo sigo sus pasos, me subo a la mesa y veo como pone la pava para desayunar con esa infusión, tan predilecta entre los suyos: el mate.
Se viste con la ropa que eligió la noche anterior, va al baño, se maquilla. Y es entonces cuando siento que no debo darme por vencida, maúllo una vez más, caminando inquieta de un lado a otro.
-¡Flora! Me hiciste despertar una hora antes. ¿Qué voy a hacer con vos? -dice y me abre la puerta de manera indulgente.
Por fin estoy afuera.  No me amedrentan los pasos presurosos que escucho cerca, soy miedosa y ligera en igual proporción.  Llego a la terraza, la puerta abierta de par en par  (no sé porque nadie se toma la molestia de cerrarla) me recibe y me siento libre una vez más. El amanecer afina sus acordes y nos regala un cielo anaranjado, yo lo observo tranquila.