Hacía 18
años que había terminado el colegio secundario. En un colegio privado, católico
por supuesto (como quería su mamá) de un alto nivel de exigencia. Era becada y
eso, aunque al principio no lo había notado, la ponía en una distancia del resto
de sus compañeros; niños bien que vivían
en la zona más rica de Lima.
Poco quedaba de aquella muchachita desgarbada que
aparentaba menos años de los que tenía, en tiempos en los que la gracia, era
parecer más.
Una tarde
otoñal, mientras saboreaba un capuchino instantáneo, le llegó la invitación a
su face. Reencuentro era el nombre del evento y una foto de ellos a los 17
años, los mostraba sonrientes y uniformados. Algunos de sus ex compañeros en
línea, respondieron al instante. Emocionados, ansiosos por coordinar y bajo la
consigna “que no falte nadie”, empezaron a presionar a los que aún no habían
confirmado. Ahí estaré, fue su lacónica respuesta.
Inevitable
trasladarse a esos años en los que nunca sintió que encajaba del todo. Era como
el sonido sofisticado de un violín, al que le faltaba la orquesta.
Los años
habían pasado. En su caso, el balance era positivo. A pesar de su divorcio y de
que no había tenido hijos (algo que no le molestaba) gozaba de los beneficios
de trabajar como ilustradora, en una de las principales revistas infantiles de
la ciudad. Lo que se traducía en vacaciones en los más bonitos y variados
lugares, estabilidad, ascensos. ¿Qué pensarían sus compañeros si la vieran
ahora?
Las semanas
siguientes transcurrieron con normalidad, aunque se colaba diminuto el
pensamiento del encuentro. Ya faltaba menos para el día.
¿Qué habrá
sido de las chicas? Pensaba. ¿Seguirían siendo “las reinas”, donde sea que
estuvieran?
Siempre
creyó que había personas cuyo destino se podía adivinar desde pequeñas, como un
presagio, a ellas se les cumplía uno a uno calcado todos los anhelos que
depositaron padres y maestros. Otros rompían los esquemas y aquello que parecía
destinado a ellos desde tiempos inmemoriales, se les escurría como arena entre
los dedos. Ya sea para bien, o para mal.
Su caso
encuadraba en el segundo grupo. Todavía le parecía escuchar a sus tías
cuchichear entre ellas, hablando como si
ella no comprendiera sobre “lo difícil que iba a ser para esa nena, crecer sin
sus papás”. Quizás fueron esas palabras lastimosas, las que tanto había
detestado, las que la impulsaron a ser esa guardiana de sí misma. Luchadora
insospechada.
El viento
sacudía las ramas donde siempre había palomas. Por suerte no era tan fuerte,
como había sido el mes pasado. Se compró ropa para estrenar .Al fin, había
llegado el día.
El
restaurante elegido quedaba a 20 cuadras de su casa, un lugar moderno con
cierto toque bohemio, aportado por las lámparas redondas de todos colores, que
colgaban del techo. Conocía el lugar y le parecía una excelente opción.
Al llegar
vio a dos hombres y una mujer de pie, reían tímidamente. Se acercó y los
reconoció de inmediato. Eran Rafael y Mariana, hoy esposos. Y Lucas. Le parecía
mentira que Mariana se haya casado con Rafael, alguien que ni por lejos se
acercaba a su nivel social. Qué tonta soy, al mirarlos con los mismos ojos que
la muchachita que fui-pensó.
¿Qué es de
tu vida?- Preguntó Lucas, al instante de que ella terminó de saludar.
Bueno,
trabajo de ilustradora en…y ahí empezó a detallar su CV. Me siento como dando
una entrevista, se dijo para sí.
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